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¿No puedes cumplir con las estaciones cambiantes?


Agosto se ha ido y el otoño ya está aquí. Los cambios de temperatura producen cambios físicos y anímicos en nuestro cuerpo. También tenemos menos horas de sol en esta estación. Junto con esta situación, vuelven las prisas y el estrés y tienen un gran impacto en nuestro organismo. Durante estos meses, muchas personas tienen digestiones más pesadas, sienten más cansancio, falta de vitalidad…Además de estos cambios físicos, también pueden aparecer sensación de tristeza o estados de ánimo bajos. Hacer frente a estas situaciones es posible, ¿cómo? Disfrutando de los alimentos que tenemos en esta temporada.
Cuando se dan los cambios de estación, nuestro organismo a menudo nos pide otro tipo de alimentos. Por eso, no es de extrañar que cuando llegan los primeros fríos del otoño, nos apetezcan comidas más calientes o alimentos como la pasta y el pan. Los glúcidos o carbohidratos, son necesarios para que nuestro organismo pueda hacer frente a las nuevas temperaturas. Como dice el dicho, nuestro cuerpo es sabio y en ocasiones conviene hacerle caso. Los alimentos que nos proporciona la naturaleza durante los meses fríos, son ideales para hacer frente a estas situaciones. Pero esto no siempre es así de exacto ¿verdad? Intentaremos analizar por qué respondemos de diferente manera ante distintas situaciones.
Nuestro organismo es un sistema muy complejo y el primer paso es estudiar el papel que desempeña el cerebro, pues es el principal regulador de la ingesta. Hay dos centros reguladores en el hipotálamo: centro regulador del hambre y el de la saciedad. Su papel es crucial en nuestro comportamiento ante los alimentos. El cerebro detecta diferentes señales y en función de esto, libera distintas sustancias (péptidos) que aumentarán o disminuirán nuestro apetito. Po ejemplo, si llevamos mucho tiempo sin comer, el cerebro aumenta la producción de estas sustancias para aumentar nuestro apetito (por ejemplo, el neuropéptido Y). Lo mismo ocurre ante situaciones de estrés. Esto explicaría por qué cuando estamos más estresados, a menudo comemos más y peor. Pero también ocurre lo contrario. Como nuestro organismo tiene diferentes vías para encontrar el equilibrio, libera otras sustancias (como la colecistoquinina) para saciar nuestro apetito, como ocurre, por ejemplo, después de una comida copiosa. Se han realizado muchas investigaciones sobre este tema para ayudar a aquellos que tienen problemas con su comportamiento alimentario. Algunas personas, han perdido de alguna manera la capacidad para responder a estas señales fisiológicas de hambre y saciedad. Como resultado, comen en función de factores externos, como puede ser la hora del día, su estado emocional o la vida social. El ritmo de vida que llevamos hoy en día tampoco ayuda. Tal y como hemos ido analizando, la información de la sensación de saciedad tarda un tiempo en llegar al cerebro, debido a que se van encadenando una serie de reacciones. Si comemos de pie, con prisas…todas estas señales que deben llegar desde el estómago y los intestinos al cerebro no se producirá de forma adecuada para poder sentirnos saciados.
Por lo tanto, comer despacio es muy importante y por supuesto, nuestro estómago también lo agradecerá.